– Se me va la vida
esperando que regrese, sé que no me olvida, pero también sé que ha decidido
viajar sin mí, dejar olvidada mi imagen en cualquier parte, negarle a su mente
el poder de llevarme de nuevo a Paris, al hotel, a sus brazos. No lo sabe, pero le visto andar, opaco, invisible, medio ausente, evitando pensar en lo que
ahora mismo le falta. Un hombre así puede atravesar la calle debajo el puente,
igual ya nadie lo ve, ya nadie le dice “amor” con tanta verdad, ahora ese hombre
cada que vive la libertad, me echará la culpa de sentir lo imposible de un aire
que nadie merece–. Ana justificando su culpa.
Ilustración de Raffaele Marinetti El espacio entre los dos puede llamarse distancia, pueden denominarlo lugar, tú tal vez le dirás no lugar, yo le digo tiempo. Tiempo que atraviesa atmosferas, que se carga de energía, que también es compás y pista de baile. Ese espacio que ahora es tiempo también es dueño de la piel, le plancha sus pliegues de extremo a extremo, se hunde en ella, la moja y la bautiza con los linajes infinitos de la humanidad. Ese espacio invisible como pisadas de reloj, susurra el monólogo del sexo, te llama por tu nombre, te pide que no le sueltes, que le muerdas y que le beses, que le reclames con la mirada los papeles indivisibles de una magistral actuación. Ese espacio que es tiempo viene por ti y por mí, nos captura en el imposible descanso del placer y en el exceso llama al sudor, se prende del pecho agitado que busca el cielo, intentando encontrar en él los picos más altos de una paz de nieve, de blanco orgasmo, de líquido y tórrido orgasmo. ...
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