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Una Dama Cualquiera

Esta carta me delata, me recuerda más que tu forma de mirar, me lleva de nuevo a la urgencia de tus brazos y caigo en la lástima, en el llanto, en el duelo de las almas que coinciden tarde y llego al juicio, a la habitación de las sombras, al consuelo del diablo que me acaricia en cada noche, al miedo insospechado de mis ganas y a la fuerza de un corazón que apenas palpita por costumbre y no por el ánimo de aferrarse a tan vergonzosa vida.

Me cría el desaire, me abandona la sangre. De los insípidos sueños, viene la muerte a trenzar mi locura y ella con su manto va regando las flores negras de mi jardín. ¡Lávame sal! que la piel me arde, las mejillas sufren al tacto y los labios al beso le corresponden con plegarias de huérfana, de ingenua, de niña tonta que se encuentra fácil a sí misma y a la absoluta nada.


En la puerta de en frente gritan los gorgojos, es un hotel, es una cárcel, es una empresa, es el hogar. Y las palomas se cagan en la ventana, le bailan al viento y me ven dentro, desnuda, saltando en la cama, leyendo a Pilar, durmiendo sin alma, con la pelvis entregada al vacío y de repente sus labios, sus labios y los míos, la eterna competencia de las palabras susurradas, la saliva, la lengua, el latido, la única forma de muerte que no implica malestar, cianuro o gas.

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Espacial

Ilustración de  Raffaele Marinetti El espacio entre los dos puede llamarse distancia, pueden denominarlo lugar, tú tal vez le dirás no lugar, yo le digo tiempo. Tiempo que atraviesa atmosferas, que se carga de energía, que también es compás y pista de baile. Ese espacio que ahora es tiempo también es dueño de la piel, le plancha sus pliegues de extremo a extremo, se hunde en ella, la moja y la bautiza con los linajes infinitos de la humanidad. Ese espacio invisible como pisadas de reloj, susurra el monólogo del sexo, te llama por tu nombre, te pide que no le sueltes, que le muerdas y que le beses, que le reclames con la mirada los papeles indivisibles de una magistral actuación. Ese espacio que es tiempo viene por ti y por mí, nos captura en el imposible descanso del placer y en el exceso llama al sudor, se prende del pecho agitado que busca el cielo, intentando encontrar en él los picos más altos de una paz de nieve, de blanco orgasmo, de líquido y tórrido orgasmo. ...

Alguien Tiene La Culpa

No te alcancé en los aeropuertos, no vine por ti al truco de los sueños, tampoco te cité en la oscuridad de los museos, no hubo latidos míos rodando en el suelo. Llegaste a la madrugada, tus botas puntuales a la nieve helada, mientras tu abrigo travieso con el viento bailaba, el abrazo de nosotros ni el terraplén alcanzaba. Existen dudas, millones de preguntas, estrellas que confundo con plumas, y plumas que los ángeles traviesos lanzan sobre mis lágrimas caducas. Volaste y borraste desde el cielo el rastro ardiente de tu alma en mis entrañas, soltaste de la rama las semillas más extrañas, arrugaste el manto fértil que forma la telaraña. Ahora la viuda ha matado al poema, las letras no quieren existir, para decir lo que hay que decir, las luces apaga y cierra violenta la puerta, no sabe que sigue, ni lo que hay por venir.

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La niña sigue pidiendo ayuda,   Perdió el galopar de su corcel, La rabia que revestía su torso, Se oxidó y le amarra los gritos a la piel.   Las golondrinas sobrevuelan el pino, Desde que le prometieron volver, Los polluelos esperan en llanto, Y del hombre la palabra nadie volverá a creer.   La niña espera los pétalos caer, Las flautas gritan desde el cielo, Cada noche que ella se duerme, Su alma viaja para verlo.   A través del fuego ve a su amor Espantado en el invierno, Huyendo a gran velocidad, Escapa de las alondras de hielo.   A ella le zumban los oídos, Y sus letras pierden el habla, Mientras que muere de amor, Ya no tiene mensajes subliminales bajo la manga.   Líneas y puntos como lunares, Pidiendo a Dios que alguien la descubra, Su grito de ayuda se conserva, Entre su boca de mujer impura.