En la torre apagan las luces, el hombre
sale a la calle, se enamora de las paredes grises, les dibuja el plan del
asesino, se opone al destino y sube las escaleras al compás del llanto con el que
mañana todos desayunarán. La terraza, el viento y la noche. Su voz entre un
grito le reza a Dios la plegaria de la eterna decepción, las luces del paisaje
se extienden tras su nuca y los ojos cobardes se van hacia atrás sin haber
tocado el suelo. El cuerpo desprendido del alma se aferra fácil al asfalto y se
echa a correr como los demás. Toma el bus, regresa a casa, abraza a su esposa,
le cambia el pañal a la niña, se quita los zapatos, los deja en el patio, se
encierra en el baño, caga, se lava el culo, se hace la paja, vuelve a lavarse,
se envuelve la toalla por la cintura, empaca el almuerzo del día siguiente,
retorna a la habitación, la ve dormir y duerme con su verga sobre las nalgas de
ella.
El tipo deja la conciencia en la
almohada y vuelve a trabajar.
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