Tú que brillas en mí, mujer de ríos y miel, caminas bajo mi piel, sigilosa como la luz del alba. En cada pliegue de mi voz floreces en silencio, y haces del aroma de la piel una promesa dorada. ¡Oh mujer de aguas dulces! Tienes en tus manos la pureza de mi espejo, el costado tibio de mi ternura dormida. Eres la caricia que despierta la certeza de mi corazón, la certeza de que puedo amar sin pedir permiso. Con solo existir entre mis latidos, llenaste de pétalos de oro lo que antes temblaba, dibujaste con tus dedos la curva suave de mi río interno, esa corriente que ahora sabe devolverte el canto. Tú, presencia delicada y firme: ¿sabes que todas las veces que me sonrojo ante la belleza, es tu risa la que me empuja a brillar? ¿Sabes que el modo en que ordeno mis adioses, es la misma danza con la que tú repartes el amor? Eres un espejo y necesitas mi mirada para ser, como yo necesito tu espejo para encontrar mi cara más dulce. Juntas: tú y yo, mujer río, en un abrazo sin...
La niña sigue pidiendo ayuda, Perdió el galopar de su corcel, La rabia que revestía su torso, Se oxidó y le amarra los gritos a la piel. Las golondrinas sobrevuelan el pino, Desde que le prometieron volver, Los polluelos esperan en llanto, Y del hombre la palabra nadie volverá a creer. La niña espera los pétalos caer, Las flautas gritan desde el cielo, Cada noche que ella se duerme, Su alma viaja para verlo. A través del fuego ve a su amor Espantado en el invierno, Huyendo a gran velocidad, Escapa de las alondras de hielo. A ella le zumban los oídos, Y sus letras pierden el habla, Mientras que muere de amor, Ya no tiene mensajes subliminales bajo la manga. Líneas y puntos como lunares, Pidiendo a Dios que alguien la descubra, Su grito de ayuda se conserva, Entre su boca de mujer impura.