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Pedacitos, trocitos, algunas pequeñas células en la hora de su muerte se van despidiendo de su saliva, del eco de su voz adulta que alcanzó a través de ondas a acariciar los huesos. Solitas y diminutas se proponen desvanecer, ya no vino, ya no existe para la piel nueva que creció y el aroma que lo revestía ya no cabe en la memoria.
El sol y la luna no volvieron a estrellarse en el firmamento, los anuncios estelares de una oportunidad más se quedaron hibernando en los polos. No hay palabras que aparezcan para salvar al poema, desde la distancia lo ven caducar, perderse.
Mi cuerpo cambió porque las nuevas fibras crecieron solo para cargar con la pena y no para recibir la calma de sus besos. Solos en el río se sueltan los cabellos que alguna vez presenté a sus manos. El último pescador que me subió a su barca, con el deseo de salvarme, me tiro al agua en la mitad de la nada.
Hasta las plumas del águila se despiden cuando ya están demasiado grandes, es que el peso de un amor distinto, todavía no se reconoce como un poder físico, solo un árbol viejo se arriesga a sostener en la rama más alta y débil el peso de la vida que crece en el nido.
El sol y la luna no volvieron a estrellarse en el firmamento, los anuncios estelares de una oportunidad más se quedaron hibernando en los polos. No hay palabras que aparezcan para salvar al poema, desde la distancia lo ven caducar, perderse.
Mi cuerpo cambió porque las nuevas fibras crecieron solo para cargar con la pena y no para recibir la calma de sus besos. Solos en el río se sueltan los cabellos que alguna vez presenté a sus manos. El último pescador que me subió a su barca, con el deseo de salvarme, me tiro al agua en la mitad de la nada.
Hasta las plumas del águila se despiden cuando ya están demasiado grandes, es que el peso de un amor distinto, todavía no se reconoce como un poder físico, solo un árbol viejo se arriesga a sostener en la rama más alta y débil el peso de la vida que crece en el nido.
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