Hace mucho tiempo que convertí las palabras en un no lugar, las he visto eso sí, tan pequeñitas e inquietas sobreviviendo en los charcos.
Cada palabra aspira el oxígeno del mundo de forma atrevida, se decanta en el vapor de los autos que vuelven a casa luego de una tarde invernal.
No pagan impuestos y tampoco esperan viajar.
Existen en esta ciudad, en las estaciones de gasolina donde los motociclistas estiran las piernas y dónde comen las palomas junto a los taxistas.
Estas necias palabras volvieron a ser niñas después de tu partida, otra vez tiernas e inseguras.
Limosneras del tiempo y ridículamente soñadoras. Pero niñas al fin y al cabo, nadie las toma de la mano y nadie las nutre entre su pecho.
Estas palabritas ya no nacen, tampoco mueren, estas palabritas ingenuas esperan por ti.
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