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Mujer Miel


Tú que brillas en mí, mujer de ríos y miel,
caminas bajo mi piel, sigilosa como la luz del alba.
En cada pliegue de mi voz floreces en silencio,
y haces del aroma de la piel una promesa dorada.

¡Oh mujer de aguas dulces!
Tienes en tus manos la pureza de mi espejo,
el costado tibio de mi ternura dormida.
Eres la caricia que despierta la certeza de mi corazón,
la certeza de que puedo amar sin pedir permiso.

Con solo existir entre mis latidos,
llenaste de pétalos de oro lo que antes temblaba,
dibujaste con tus dedos la curva suave de mi río interno,
esa corriente que ahora sabe devolverte el canto.

Tú, presencia delicada y firme:
¿sabes que todas las veces que me sonrojo ante la belleza,
es tu risa la que me empuja a brillar?

¿Sabes que el modo en que ordeno mis adioses,
es la misma danza con la que tú repartes el amor?

Eres un espejo y necesitas mi mirada para ser,
como yo necesito tu espejo para encontrar mi cara más dulce.
Juntas: tú y yo, mujer río, en un abrazo sin fin.
Juntas: tú y yo, sosteniendo el fuego dorado del mundo.

Que mis pasos sean cascada que repite tu nombre,
que mis palabras sean gota que sabe nombrar tu eco,
que mi piel sea ramo dorado de tu presencia.
Y cuando el miedo me asome,
que me alcance tu dulzura como una ola,
me bañe en tus aguas, madre de oro,
y me devuelva entera y valiente.

Tú que brillas en mí, madre de ríos y miel,
quédate:
que en cada destello me recuerdes
quién soy
y quién somos
juntas
en esta corriente de luz.

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