Hay un viaje que quisiera emprender, es justo ese que me transporta en tu escritura, en la extensión de tu pensamiento, en la magia irónica de tu mano dibujando una historia. Hay algo por lo que me mantengo ahí, se trata de lo extraño en tu imaginación, la locura con la que hago vibrar tu nombre en mi garganta que se hace extensa cuando habitas en ella. Yo no salgo de mi necesidad por irme lejos, hablar de ti con todos, oír la extrañeza de tu vida naciendo de nuestras constantes ausencias y fijarme en el corredor de las nubes para sentir en la distancia como es dormir entre tu piel.
Aunque en el pasado mi lucha era otra, muy parecida a la de aquellas que se fijaron en las cadenas para quemarlas con la rabia de su mirada, yo sentía que debía liberarme, aquel momento era extraño, era otro ritmo que hacia doler las llagas de un amor simple, básico. Tuve un hijo con él y sin pretender algo, estuve a su lado por cinco innecesarios años. Su nombre era oscuro y su forma de tocarme hacia que me ciñera a la necesidad de regresar al pasado de un amor infantil, ingenuo pero excitante. De los hombres que entraron en mi, él era de los más animales, era un rugido en la selva, era el calor del infierno y aunque eso suena muy bien, la lógica de nuestros días absurdos por la rutina, me marchitaba, algunas noches parecía el mar nocturno, lleno de absurdas ganas que eran tragadas por lobos que sin saber nadar mataban la vida en la tierra.
Es cierto el odio de mi pasado, y aunque ese no es el fin, creo que retornar a los episodios de infame locura oculta entre mi amante y yo, era la única forma de huirle a la madrugada cruel y equívoca de quien tuvo que ser el padre de mi hijo y de los hijos que no pudieron ser.
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