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Juegos

Soy de las que no sabe jugar cualquier juego, me quedó siempre tendida en la incertidumbre de salir a correr o dejarme atrapar. Cada que salgo a pasos grandes me encuentro con él, lo beso, me prometo la vida a su lado y la velocidad con la que llego a su espíritu me hace tropezar con la coherencia de su destino, y es que me destroza el ruido de un grito plagado de placer en una habitación donde todo lo que creímos ser se mantiene oculto allí y todos me ven pasar y sospechan de todo menos de la magia de mis manos; él me somete a su ir y venir y yo no hago más que correr de izquierda a derecha, como un insecto que huye de las pisadas.

Ahora, si en vez de huir me dejo atrapar, pues me aprisiono a su ser, lo recorro como una ameba por todo su cuerpo, le llego a la cabeza como la peor de las bacterias y le mato cualquier pensamiento que no lleve la luz de mi sonrisa. Me hago sangre y en su palpitar grito, atragantada por los desordenes de su locura sobre la mía, y lo encierro, lo oculto en mi habitación, en la que creo que todo es universal y los vecinos son sábanas antiguas, tibias, llenas del misterio del amor impuro. Ahí dejó entonces distendida la tesis, el axioma, mi noema.,.

Abrí los ojos y yo habitaba en él,
su luz y su palabra estaban allí,
me dejó una voz que brillaba,
como la lástima en su juego.

Ya no estábamos vivos, tampoco muertos.
Mi estridente piel, lo imploraba,
la bestia en mi extraña mirada,
le cantaba como si desde ya le extrañara.

Eran pájaros ebrios,
llevados por un extraño aroma.
Eran leones y serpientes,
vicios y culpas.

Eran lunas y arenas,
papeles y flores.
Dos, tres y millones de horas,
minutos extendidos de una fugaz broma.

Ahí va su mano huyendo de los infortunios,
recorriendo supuestos y destinos,
me limpiaba el  alma con su drama
y me cosía la vergüenza con trampas.

Sus hojas estaban arrugaditas,
eran secas y flotaban en mi laguna.
Eran pequeños barcos cargados de miel,
su color goteaba como violetas en mi ser.

Una ficha, una oportunidad, un escondite.
Un paso, un color, una fábula.
Un rol, una fantasía, un miedo.
Un tiempo, una distancia, una caricatura.

Su juego era hacerse niño,
el mio huirle y dejarme ver,
Nos escondíamos tras el velo de una piel
que se tensaba en las rutas que conducen al placer.

Y en el fin de tan travieso silencio,
una mujer cantaba triste,
era  la que después de todo riesgo,
iba a guardarse en el abrigo del anonimato y la soledad.










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