Lo dejé de querer por su mezquindad, porque pensaba solo en él y porque lo único que creía cierto era lo que le decía el resto del mundo. Claro, no era que yo fuera del todo sincera, sin embargo quería tenerlo atado a mis fantasías y que se las creyera todas. Tuve que regalarle el mundo antes de irme para que de ese modo jamás se sintiera solo. Él era la antítesis de mi vida.
Había pensado en alejar aquello que tuviera relación con los dos, era un imposible. Dejé entonces que se marchara con su aspera forma de dar amor. Me quedé quieta esperando así la respuesta que siempre se me escapa. Me quedé pensando mientras veía que de un costado todo estaba dañado y podrido y del otro no había más que gritos acallados por ausencias.
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