Estás a mi lado, pero sigo sin sentir que hay algo entre tu y yo. El maldito silencio del desacuerdo y la increíble necesidad de callar lo que siento para no demostrar mi debilidad es la estrategia más ridícula que haya podido inventar. Dame un beso en el alma, déjame sentir con mis largos y finos dedos de qué estamos hechos. Cómo puedo yo disfrutar de esas canciones románticas con las que conquistas las ilusiones viejas y ajadas de una estrella nueva en el cielo. Por qué no deseas de mi eso que algunos aspiran probar así fuera en sueños. Mírate, estás en la quietud de la rabia y del deseo. Dame tus manos, abrázame, que aunque nos invada el clima cálido yo aún me siento fría. ¿Tu furia conmigo es porqué no me atrevo a callar mi llanto cuando te pierdes en nuevos horizontes? Esta falta de confianza creció hasta invadir mi cuerpo y ya no sé cómo sacármela. Ayúdame amor no me arrojes de esa manera a la condena constante de mi desgraciada orfandad.
Ilustración de Raffaele Marinetti El espacio entre los dos puede llamarse distancia, pueden denominarlo lugar, tú tal vez le dirás no lugar, yo le digo tiempo. Tiempo que atraviesa atmosferas, que se carga de energía, que también es compás y pista de baile. Ese espacio que ahora es tiempo también es dueño de la piel, le plancha sus pliegues de extremo a extremo, se hunde en ella, la moja y la bautiza con los linajes infinitos de la humanidad. Ese espacio invisible como pisadas de reloj, susurra el monólogo del sexo, te llama por tu nombre, te pide que no le sueltes, que le muerdas y que le beses, que le reclames con la mirada los papeles indivisibles de una magistral actuación. Ese espacio que es tiempo viene por ti y por mí, nos captura en el imposible descanso del placer y en el exceso llama al sudor, se prende del pecho agitado que busca el cielo, intentando encontrar en él los picos más altos de una paz de nieve, de blanco orgasmo, de líquido y tórrido orgasmo. ...
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