A mí me mueven las armonías, me suavizan al mar las canciones que hablan de dioses, que susurran lamentos, que acunan el vals de las rancheras, canciones que bañadas con vino me saben a mujer, a jazz, a ti. Las canciones para mí son la rareza de las almas, el llanto de las nubes que invocan la tormenta, las aves que en el cielo se desnudan al sol. De tono y compás está hecho el carácter, el atardecer y tú pregunta habitual sobre las estaciones y la despedida del sol cuando ve llegar a la luna.
Si cierro los ojos me vibra el pecho, como si dentro una nota reverberara en mi, como si esa nota impulsara tu voz dentro de las paredes de este corazón y lo rompiera, lo fragmentara en trocitos, lo volviera a tu paso un mito. Pero si abro los ojos y los someto a tus verdes, me intengro al paisaje, me hago silencio en partitura, perceptible al sagáz, al estudiado, al enamorado de fantasmas, de auditorios oscuros y terrazas de aparente amor impenetrable.
Pero si este encuentro fuera tan inútil como la fama, si este lugar estuviera lleno de vanidades, no habría razón para buscarte, para llamar con la voz tus pasos, para tararear una tarde entera tú nombre. Estos besos serían ecuaciones que al proceso estarían más qué resueltas, sería para mí un verdadero problema matemático el entender que mientras estás con ella yo tiendo a desaparecer, pero no, está claro que no hay destiempos sino contrabajos, nuestra canción guarda líneas subliminales que solo nuestros ojos pueden captar y de esa magia está hecho el mundo, los pasos, los pretextos, las coincidencias.
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