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By Proyecto Garmendia |
Si me tardé no es más que por mi negada fortuna del que se cree un mal aprendiz. Llevo días pensando en este discurso, en las palabras correctas que unidas me dejen el alma más liviana y de alguna manera alivien la suya. Soy consciente de cada cosa mal dicha y mal hecha, me las he tragado todas, una a una y he llegado a una simple y drástica conclusión, no merezco nada, pero anhelo su perdón.
Hablaría en mi defensa, pagaría abogados para salir medianamente bien librado, le negaría un quizás a la idea de alejarme y entrar de inmediato al juego de la distancia adecuada. Pero con lo difícil que se me ha dado el trabajo de maquinar, de armar un plan justo para los dos, pero sobre todo para usted, no tengo más opción que rimar con la idea de rondarle y no ser su canción favorita, pero si esa que suena por ahí, en la calle, en los bares, matando cualquier silencio.
No necesito darme la vuelta para que sus ojos me recuerden lo importante que es quererle como nunca y como nada. Me persigue su pupila dilatada ante el gozo que le da oír siempre la verdad. Le creo que ahora me ignore, que por su bien me olvide y que seguramente no responda a esta carta, pero esta voz tiene todo por decir, ha reunido los argumentos para sentirse culpable y el valor para odiarse a sí misma y para hoy llamar a su voz con una leve súplica: olvide lo malo y guárdeme de algún modo en su corazón.
Mientras tanto espero su perdón con el pasar de lo días, me aferraré al llanto que le conmemora y aniquilaré aquel instante en que creí que era fácil volver a nacer y encontrarme con su figura otra vez. El diablo es puntual, sobretodo en la noche, me recuerda que cargo una culpa y que debo su peso a mi manera de burlarme de usted, de mí, de todos.
Para finalizar, le recuerdo mi más sana conclusión: no merezco nada, pero anhelo su perdón.
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