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Las Cartas De Efraim

Ya habían pasado por todo mi cuerpo las oportunidades para las pesadillas. Más de 22 veces en los últimos dos meses. Tenía la cura para los golpes, prefería pasar los sábados en casa, invisible sobre la cama hasta las 11:00 am, inventando canciones, tratando de remendar la misma guitarra, así como haciendo dobladillos con mi memoria, pensado en lo que debía olvidar.

Los viernes en cambio, estrenaba camas, solía bailar desnuda del mismo modo que lo hago frente al espejo, cuando definitivamente insisto en lo ridícula que es mi vida y mis ambiciones corporales. El viernes era pues para las traiciones eléctricas, esas que me conocen desde los 13 años, las mismas figuras enormes volvían a atravesarme con tan poca dulzura. A los siguientes ocho días, si antes no se me cruzaba el afán, recolectaba las desgracias de los "hombres perfectos", su aroma siempre intacto, como el blanco de sus manos bañándose en mis lunas. 

Tuve días en los que el negocio no era próspero. Volvía a la naturaleza de una ciudad inmóvil, estúpida y diminuta para los pasos que solía dar. Otra vez era yo con el cuerpo de un desconocido adentro, que tenía la precaución de no quebrantarme, como si yo fuese su destino y su significante. Si para ese instante los demás hubieran sabido que la ley me hizo rehén, habrían encerrado mis ambiciones como lo hizo esa noche el policía, pues no tuve opción, era mala y por ser así merecía el peor de los castigos: volver a casa con el sol entre los cabellos, sin las ganas de curarme, con el peso del pecado en cada espacio invisible de la piel. Otro sábado.

Y ahí regresaba, frente al espejo, el intento de quitarme esa mirada, esa maldita mirada carnal, esa mirada que daba vida robando aire, que desde cualquier ángulo parecía aliarse con mi boca para tentar las torres y hacerlas caer, convirtiéndolas en agua de casada, distribuida sobre todo mi rostro, sin más opción que estrellarse con las rocas haciendo el apocalipsis de mis fracasos en el amor. Labios, estúpidos labios que tocan las venas como armando una melodía, como representando en piel ajena la concepción de niños perdidos en la tierra.

Todos los sábados resultaban ser el mismo día, una y otra vez: abrir los ojos, encontrarme adentro de otros ojos, (negros, cafés, verdes, negros, negros, cafés, amarillos, negros...), aferrarme a las sábanas de cualquier cama, volver a hacerlo, dejar rastros, ir al baño, vestirme, aburrirme de las "frases ganadoras", pedir el taxi, llegar a casa con deseos de lavarme y hacer dobladillos con mi memoria. Sin embargo ese sábado, con el timbre de la casa llegaba una oración del extraño hombre que aprendí a leer, con apenas 16 años, porque conservaba trozos de mi conciencia esparcida por el mundo, me dio a probar de lo interesante que parezco en mi rudimentario silencio, sin todavía confiarle mi voz enredada en una almohada más de cuatro horas, había hecho palabras con ansiedades y egoísmos, él le llamó a ese producto 'carta' yo le puse mi nombre sin ningún apellido, tal verdad merecía ser huérfana como mi piel, que mientras empezaba a leer se iba haciendo suya, perdiendo yo sobre ella toda potestad:


Mujer:
El amor es tu coartada y tu juguete, yo llegaré del otro lado del amor. Sueña mi verga atravesando tu corazón. Eres alma de mi alma, mi perra, mi puta. La caricia que está por inventarse. Quiero abrazarte toda una larga noche y enseñarte un delirio inhumano, una forma delicada, secreta, feroz e incandescente de hacerte libre. Libre en un sentido que no se relaciona con la idea retórica de libertad. ¿Me deseas? Soy el imbécil que dibujará tus perversiones en lo más profundo de tu carne. Quieres ser mi puta? Dilo! Mi perra celestial? Quieres que destroce tu bello culo? Y te haga llorar y temblar y desear morir a estar sin mí? Dilo! Dilo, amor. Dilo. Mi verga llena de sangre invade esta habitación vacía. Si la vieras tendrías de verdad miedo. Es un monstruo feroz, su brillante cabeza quiere explotar dentro de ti. Mis labios claman tus labios, tus labios menores y mayores. Quieres llenarte la boca con ella? Dilo! Siente mi calor, siente quemarse tus entrañas. Mis palabras son los dedos que rompen la distancia y recorren línea a línea tu ser mi amor devora uno a uno todos tus blandos amores mi amor destruye tu concepto de amor Me aferro a tus nalgas, te alzo en el vacío, rasgo el vestido que te cubre y te hago girar en el espacio Mi verga es un hierro al rojo vivo Tus entrañas se mojan, tus líquidos se desbordan Te sostengo en el aire y te bajo lentamente. La cabeza de mi verga roza tu sexo y te estremeces y gimes pidiendo el sacrificio. Tu culo es la ofrenda que mi verga espera. El deseo son mil estrellas en tus ojos. Lo sientes, perra mía? Dilo! Abres tus piernas y mi verga rasga tu carne y se hunde y te atraviesa como un oscuro demonio que regresa a lo más profundo de su infierno.

Te sueño, tu dulce rostro. Me gustaría sentir latir tu corazón contra el mío, hundir mi carne en la tuya una y otra vez, quemar tus labios con mis labios... E. Medina.

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