
El centro de las ciudades es la cama de las lluvias. El viento deshace en él cualquier intento de palidez y la única tarea pendiente siempre será marchar por esas calles juntos. Las pequeñas odiseas, sin nadie que las lea son pequeños aromas de flores cortadas hechas presente.
Cuando escribo no hay ciudad. En la soga cuelgan las cenas y cocteles de terrazas embalsamadas de lamentos, ansiedades, vicios y sexo. Mi amiga "la maga" me insulta, lo que el mar no desea lo escupe la marea al atardecer. Salgo invicta y húmeda, voy a verla otra vez y es ese beso en la boca lo que nos reúne, ni si quiera el vino nos baña, sólo está estático en la foto de una copa agarrada por estas manos que resbalan por cualquier cuerpo.
Café asfalto: 23:17. No existe este lugar.
Alejandra entró al baño, la leí, me besó en los labios, la recordé como si su piel fuese un libro que captura la rareza de sus diarios, todos los hombres que sobre ella pasaron se han quedado en sólo iniciales, yo reúno profesiones, tengo cita con un arquitecto al que no le dejaré hacer mi casa, sólo habrá té de canela, conversaciones estúpidas sobre sus rascacielos y la ridícula relación entré la infidelidad y su maldito ego.
Elegir tocar, elegir hacer mal. Tocar las almas, desnudarlas, vaciarlas y hacerles mal.
Látigos con precisión. Tocando las siluetas que no se han tejido entre los dos, recuerdo que lees, que ahora con la lluvia te despides de los ancestros, los devuelves al sol, a las rutinas espirituales, a las olas inexistentes de las presencias, a la intensidad de los recuerdos, al abrazo que en poco tiempo le darás a tu pariente mientras sus lagrimas se expanden en tu camisa.
Eres tu, otra vez, naciendo del morbo y haciéndote necesidad, deseos expresados en fotos y alivios que no encuentran la calma en tus silencios. Noche sin saberte, sin reconocerte, sin encontrarte, mis manos pasarán sobre el piano toda la noche, porque sólo así la noche me abraza el llanto. Maldito lagrimeo.
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