Era impecable, tanto que yo no contrastaba con su figura, pero así con tanto error en cada prueba, estuvimos unidos por un tiempo difícil de medir. Era de los homofóbicos casi violentos, de los que cada viernes debía oler a lo que huelen los niños "perfectos", con él empece a desafiar mi rebeldía cotidiana, la que mi madre extrañaba cuando me escapa de la misa, llegaron los peinados, la ropa un poco más ajustada y los relojes. Ya no era yo y él no era nadie. No había forma de hablar porque lo único bueno era tocar lo que el tiempo se come con la amargura. Eramos jóvenes, yo valía los mismos 4 pesos de siempre y él seguía siendo el empaque perfecto de las sodas y los jarrones. El tiempo nos hizo alegar, gritamos cuando el mundo solo era de los dos, anduvimos desnudos por toda la casa y fuimos padres, hicimos del cuerpo un sueño, pero su burla diaria hacía el destino lo hizo fracasar conmigo, lo odié, pensé en asesinarlo, lo miraba mientras dormía llena de penas, de luces...