Ir al contenido principal

Otro día más de duelo: La Distancia Adecuada.

Salí del trabajo, lo llamé y le dije todo lo que mi monstruo interno me sugirió. Fue tan desgarrador el tema, que ni resolvimos las dudas, llegamos a odiarnos.

Cuando entré a casa, el paisaje fue vergonzoso. Estaba su mejor amigo. Ese que da concejos de matrimonio desde su experiencia de soltero. Me miró con miedo y yo apenas lo salude con la voz llena de llanto y dolor, no dejé mi cartera en su lugar, me la lleve hasta el baño, iba a dejar la puerta abierta, pero recordé que no estaba sola. Apenas me lavé las manos, como acto simbólico, eclesiástico. Corrí por ese estrecho espacio entre ellos, sus secretos y mi desgracia, dejé la cartera por fin en el lugar donde debía estar y en esa oportunidad que me dio la puerta, huí.
Salí asustada, con las manos heladas y un cólico en el alma. Llame a una de sus tías porque a mi alrededor no había nadie más. Me uní a ella en un abrazo y lloré de impotencia. Dije todo aquello que hasta ahora yo había hecho ver como un secreto marital y recibí eso que jamás esperaba, algún comentario cargado de humor.
Ya era tarde y resolví volver a casa. Otra vez la tensión entre estar con él o aguardarme en el orgullo con el que salí del trabajo. Todo se fragmento cuando me preguntó si tenía hambre. Me atendió y me dejó descansar. Yo miraba aquí, allá y después me dejaba ir.
Los límites de la cama estaban ya dibujados, él en su “nuevo mundo” y yo alojada en un rincón del no saber qué hacer. Llegó a mí una reflexión y era esa que decía que el amor no se había acabado, era que estaba madurando y como todo transito de la vida, este giro fue forzado y algo doloroso. Ya no estaba ese amor primario e infantil en el que los ojos lo dicen todo y en el que los besos calman cualquier ansiedad.
Estábamos juntos en el nivel dos. Dos años de convivencia matrimonial, ya habíamos pasado por todo, ya éramos responsables del uno y el otro. Ya éramos todo uno. Pero yo no recibía mucho. Nuestro amor creció al punto de soportarlo todo, pero la ultima vez dolió mucho más. Definitivamente el amor no se había acabado, apenas pidió tregua y él pensó que ya no había nada por hacer.
Volví a mirar sus ojos y supe que debíamos aguantar más, ahora el problema es dónde quedó todo lo que invertí, debo soportarlo todo o debo buscar lo que realmente merezco, será qué solo merezco eso.

El concejo de mi psicóloga enmascarada es TERAPIA DE CHOQUE. Es enmascarada porque sería un delito donde supieran de quién se trata, al menos no por ahora. Porque el viudo sería otro.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Espacial

Ilustración de  Raffaele Marinetti El espacio entre los dos puede llamarse distancia, pueden denominarlo lugar, tú tal vez le dirás no lugar, yo le digo tiempo. Tiempo que atraviesa atmosferas, que se carga de energía, que también es compás y pista de baile. Ese espacio que ahora es tiempo también es dueño de la piel, le plancha sus pliegues de extremo a extremo, se hunde en ella, la moja y la bautiza con los linajes infinitos de la humanidad. Ese espacio invisible como pisadas de reloj, susurra el monólogo del sexo, te llama por tu nombre, te pide que no le sueltes, que le muerdas y que le beses, que le reclames con la mirada los papeles indivisibles de una magistral actuación. Ese espacio que es tiempo viene por ti y por mí, nos captura en el imposible descanso del placer y en el exceso llama al sudor, se prende del pecho agitado que busca el cielo, intentando encontrar en él los picos más altos de una paz de nieve, de blanco orgasmo, de líquido y tórrido orgasmo. ...

Alguien Tiene La Culpa

No te alcancé en los aeropuertos, no vine por ti al truco de los sueños, tampoco te cité en la oscuridad de los museos, no hubo latidos míos rodando en el suelo. Llegaste a la madrugada, tus botas puntuales a la nieve helada, mientras tu abrigo travieso con el viento bailaba, el abrazo de nosotros ni el terraplén alcanzaba. Existen dudas, millones de preguntas, estrellas que confundo con plumas, y plumas que los ángeles traviesos lanzan sobre mis lágrimas caducas. Volaste y borraste desde el cielo el rastro ardiente de tu alma en mis entrañas, soltaste de la rama las semillas más extrañas, arrugaste el manto fértil que forma la telaraña. Ahora la viuda ha matado al poema, las letras no quieren existir, para decir lo que hay que decir, las luces apaga y cierra violenta la puerta, no sabe que sigue, ni lo que hay por venir.

.- -.-- ..- -.. .-

La niña sigue pidiendo ayuda,   Perdió el galopar de su corcel, La rabia que revestía su torso, Se oxidó y le amarra los gritos a la piel.   Las golondrinas sobrevuelan el pino, Desde que le prometieron volver, Los polluelos esperan en llanto, Y del hombre la palabra nadie volverá a creer.   La niña espera los pétalos caer, Las flautas gritan desde el cielo, Cada noche que ella se duerme, Su alma viaja para verlo.   A través del fuego ve a su amor Espantado en el invierno, Huyendo a gran velocidad, Escapa de las alondras de hielo.   A ella le zumban los oídos, Y sus letras pierden el habla, Mientras que muere de amor, Ya no tiene mensajes subliminales bajo la manga.   Líneas y puntos como lunares, Pidiendo a Dios que alguien la descubra, Su grito de ayuda se conserva, Entre su boca de mujer impura.