Ya era tarde, hacia frío y acababa de dejarme convencer por
la historia bizarra de las marionetas y su voz interna. Despedí los sueños de
mi pequeño, apague las luces, y me dispuse a descansar. Cuando esperaba la absoluta
oscuridad, vi una luz encendida, esa que ahora me atormenta. Era él, con su
cuerpo sobre la cama y su computadora sobre las piernas.
Escuchaba música a un volumen casi silencioso. Sus ojos
estaban aquí, allá y en la pantalla. Me quede observándolo, de repente me entró
la necesidad a gritos. Debía hacerle algunas preguntas puntuales, pues las
canciones que oía no hacían más que arrojarme a ese espacio donde se quedan
aquellas cosas que fueron buenas, pero que ahora hacen daño, el limbo.
-Alex, ¿tienes algo que decirme?
-¿hay algo que callas por temor?
-¿Qué hice mal?
- Por favor no me respondas con piedras en la mano.
Y apenas se limitó a verme con sus ojos que gritaban mil
palabras y que callaban por esos labios irrisorios que apuntaban con arrogancia
a callarme para siempre. Para él jamás hubo nada, jamás ha sido grave.
Mi sentimiento desde ahí fue peor, creo que tuve un pre
infarto, me dolía el pecho tan fuerte que pensé que moriría con la peor de las
incertidumbres. No supe a qué hora él cerró los ojos, solo supe que casi a la
madrugada se acerco y me abrazó con un sentimiento de culpa, fue un momento de
apenas 30 segundos, luego volvió a su sueño pesado en el que ya ni se siente
que tan cerca está de mi.
Cuando desperté el dolor se me había encarnado en el
diafragma, respiraba con miedo, como quien está por descubrir que la vida se le
agota. Todo el día estuve rondando en la idea de ausentarme y eso era lo que empezaba
a crearse.
Ya hacia la tarde cuando no queda más sino atender lo
dolores de alma. Hablamos, como una
primera vez. Dijo aquello que seguramente yo esperaba o que ya era una
realidad. Su pereza, su falta de querer y su orgullo, me mandó al peor de los
lugares, donde el calor es infernal y el pulso parece vibrar.
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