De nombre sagrado
y de alma perfecta. Las letras nos han llamado al baile de las flores
abandonadas, de las flores que no pueden volver al árbol. Pero aquí estamos,
permanentes e invisibles, con tu piel gruesa y la mía delgada, con los ojos que
se esfuerzan en no encajar, porque reconocen en el otro una cárcel, una jaula.
Jaula abierta, jaula limpia, jaula elevada, jaula incrédula. Jaula sin ave y
jaula con verbo.
El palpitar de la
lluvia ha cesado, ya no existe la lágrima del cielo, ya ha detenido su
melancolía en el borde de la tierra, de sus piernas que se han abierto al
calor, y ella escribiente, ella cantante, ella sonora y rama. Árbol de
lechuzas, de plegarias, con respuesta en cada fruto y a cada carta. Simple en
el valle, estrecha en su costa, de risa y silencio, de luz y sombra. Mujer que
te alberga, que te sueña, que te aclara, que te atrapa, que te reza, que te
encoje, que te baila.
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