Sé muy bien lo que
sientes, yo he sentido lo mismo. Todo de momento es una mierda, es basura, es
el tiempo mal invertido lo que acaba por cortarnos las alas, luego lloro, no
quiero a nadie, ni a mí misma y me repudio, me lamento por los otros que no han
sido capaces de darme algo, pero me lamento más por mí, porque les confié mi
alma, mis anhelos, hasta mi cuerpo llevándolo al extremo del cansancio, donde
solo al siguiente paso me quedan las ganas de no despertar jamás. Y son así más
o menos los siguientes tres o cuatro días.
Luego no tengo
opción y me admiro en los talentos que improviso para mi subsistencia, en lo
maternal que soy no solo con mi hijo sino con todo aquel que por desgracia se
sienta a mi lado; me admiro también en una voz que solo disfruto yo porque no
está adornada al extremo, porque la he cultivado natural y porque la consagro
para mis ausencias. También me aferro a los hábitos, a los malos hábitos y los
llamo malos porque me encarcelan más en el desprecio hacia lo externo y me veo
leyendo de repente un día entero, llorando un día entero, durmiendo un día
entero, caminando un día entero. Entonces me doy cuenta que mi conciencia es la
más sabía, porque no me agota en lo que hago conmigo, sino lo que encuentro
afuera. Y sufro por el hombre, sufro por el hombre que me ve partir, que
desperdicia los fonemas en un adiós, sufro por los gatos allá arriba, tan
solitarios en sus lamentos y peleas perdidas, sufro por las palomas que ahora
todos aborrecen, sufro por los niños que no han probado el algodón de azúcar,
sufro por los fantasmas a los que ya nadie extraña, sufro por mi casa que se va
a caer, sufro por mi infancia a ritmo del The Second Waltz, acompasada con el
reloj de la casa de mis abuelos que a las seis de la tarde ponía a bailar unas campanitas
al interior, sufro por el color amarillo de la cocina donde aprendí a hacer
pan, sufro por el color verde de las paredes de una habitación desde la que
podía ver la noche acariciar los cerros, sufro por la juventud de mi madre que
no deja de abrazarme, sufro porque para llegar a este lugar tuve que perder el
tiempo, tuve que equivocarme y darle afecto a quien no ha descubierto aún que
lo tuvo. Sufro porque muchas veces, cerré los ojos, dibujé unos labios que no
conocía y pedí a quien moviera los hilos de la vida que me pusiera de frente
ahí, pero ese alguien jugó con mis ganas de amar, se retrasó en el mensaje, más
no en la pertinencia del encuentro y hoy estoy dirigiendo esta carta a ti, a
tus dolores, a tu desgano a tu todo de hombre que hoy me calma dentro y me compara
con el cielo.
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