Tengo una lección con tu nombre de mujer, el llanto, los juegos, las canciones desconocidas que aprendí de ti. Hoy te llevo conmigo, en mi aire, en mis pies, en la piel. Tus labios diminutos y tu piel me recuerdan nuestras traviesas hazañas en un salón tan grande que servía de hogar y de lecho para fantasear. Tus manos en mi pecho marchando al ritmo de los discursos de nuestra mujer amada, las letras, las cámaras, la voz y los supuestos escatológicos de alguien que quiere adelantarse a los axiomas del cuerpo que en su todo conserva unos ojos que cuando recuerdan o llaman la nostalgia giran a la derecha y que cuando mienten o inventan versiones de sus trivialidades ruedan a la izquierda y se posan en la risa, en la negativa de una vida que nos ha golpeado, amores embrujados y cadenas de mentiras y la voluntad, nuestra voluntad, nuestra puta voluntad.
Las cartas, las cartas que nacían de un simple refrán, una básica rutina de decirnos todo el tiempo que tenemos la vida entera para amarnos. Las cartas, las cartas que hoy nos niegan la fortuna y nos dicen la verdad, nos hablan de ancianos que nos persiguen y de mujeres morenas que nos acechan, como lobos agazapados en la maleza. Somos tú, yo, todas, todos sobre tu cama. Un encuentro de humanos que no entienden porqué fueron hombres en la tierra y no flores violetas enramadas en las casas, en las ventanas, con su ánimo de perseguir como pájaros el cielo.
Ven a dormir a casa, ven a quejarte de todos y yo mientras tanto tocaré una canción para hacerte volver, volver a la inmadurez de los 15 años y sus zapaticos con medias y faldas clásicas que rotaron por nuestros cuerpos, como bailarinas silenciosas en la sala, en los parques, en los bares sin identificación. Ven y no traigas contigo el libro de los poetas malditos que juraste devolver, quédate conmigo, pero no desaparezcas cuando hablemos de Dios, no miremos las lechugas con el ánimo del enfermo, hagamos un café o un té con semillas de llanto, encontrémonos con nuestro vestido de caza y confiemos en que el tiempo y la gravedad se irán y sin arrastrar nuestra penosa memoria, escasa de números y letras, quedémonos aferradas en la pared sin arrugas, sin ruidos, sin columnas, quedémonos juntas.
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