Es nostalgia la palabra que enmarca nuestra forma de mirar, esta vez, en esta carta no hay códigos visuales que antecedan lo que estaría dispuesta a darle, solo el discurso de una mujer, una dama, una puta, una extraña que todavía no sabe qué hacer con todo lo que lleva dentro y que aún con ese problema ama la vida, ama verle pasar en silencio, como protegiendo esto que no tiene forma ni fin, ama su modo de desaparecer como único recurso para llamar al reto de quedarme atrapada en su calor y dejar que me sofoque.
-¿De mi prefiere una imagen, una voz o un ruido de palabras firmadas por mi seudónimo?
De alguna manera entró, de alguna manera le hice un lugar a mi lado, el mismo lugar en el que habitan en mi los fantasmas, el llanto, las palabras, Dios, la melancolía, la memoria, las coincidencias. No puede imaginarse cómo trato de entender al mundo, ¿cómo es que la vida aún sabiendo esto lo pone en guerra conmigo y lo recluta lejos de este su lugar? A veces prefiero vivir un capítulo a su lado, encontrar la salida y empezar a odiarlo, pero para mí no aplicará jamás la justicia, lo correcto es que sienta desde lo único que poseo, que en supuestos pueda tenerle, que anhelarle sea el truco para no olvidarlo, como si fantasear fuera alimento, como si yo debiera aferrarme a los imposibles para exigirme y tal vez volver a perder.
-¿Puedo empezar a odiarlo?
Sí, le estoy hablando a usted, a la magia oscura que nos hizo y nos trajo hasta aquí, a los juegos intermitentes para los que nadie jamás podrá estar entrenado, a la falta de voluntad, a su voz que siento a distancia y prepara mis ojos para embriagarlos, a su maldita indiferencia que me castiga y me convierte en sombra dolida y a esas sus manos que parecen tener memoria y se desplazan por mis silencios, mis ausencias.
-¿Ha intentado extrañarme?
Pero tanto me confunde, me somete a lágrimas de más de dos horas, a suponerlo estable en cualquier lugar, a lamentarme por su mal comportamiento y a desearlo junto a mi, como si yo portara algo para usted, un antídoto, un veneno, una mentira o una verdad, un amor y un desamor. Mi voz le canta a las transparencias, a las rutinas que aún no existen, a su cabello que aún no acaricio, a su traición de noche y de día, a su apatía con los ritmos, a su negativa ante mis letras, a su inquieta sonrisa que esboza con sabiduría de tiempo y espacio. Mientras eso sucede la noche en castigos de penumbras y deshielos le susurra a mis manos, las mueve en un compás que me hace recordarlo, empuño en ellas la vergüenza que me causa esta alma, mía y sola desde siempre, construyo mis afectos para usted con discursos estúpidos, que se camuflan en intenciones literarias inmaduras, inexpertas. Así, escribir se me vuelve el anhelo primitivo de perdurar. Una forma inconsciente de inmortalidad. Mi deseo de dejar rastro de esta existencia, de esta historia. El poder de comunicarle a un extraño mis creencias, deseos y temores.
-¿Cómo dejar rastro de estas historias si no puedo sentirlas?
Se trata de eso que nadie me puede arrebatar, mi corazón y cerebro que trabajan juntos por 'hermosearme' el alma, por hacerme lucir sonriente y a la vez melancólica. Todo lo que soy es lo que puedo amar en alguien, en el imaginario que hice de usted, muero en mi admirable capacidad para odiarme y llorar sobre mi absurdo encuentro con la guerra y la paz a la vez, la magia de hablarme con mentiras que se vuelven pactos o hermosos poemas. Soy yo en este mundo hecho para caer sobre mis brazos y descansar en ellos... para morir sin ellos sobre usted.
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