El ritual de mis noches perdidas consiste en traer su figura a mi memoria y sentirla lenta sobre mi ser. Cantarle versos al aire sobre nosotros, porque no puede haber algo más. Luego las plegarias nacen y terminan siendo ruido. Le dejo mis cartas de finales siempre tristes aquí, con posibles registros de esas miradas que se me escapan y de este cuerpo que baila para usted, cuando pongo en marcha mi búsqueda sobre los tacones.
No me quejo jamás de su comodidad, en cambio si odio mi arbitraria forma de empezar a quererle. Cuando las historias se escriben con la piel es más fácil castigar el alma con anhelos, con supuestos, usted es mi supuesto y hasta mi mejor discurso por estos días, no puedo dejar de nombrarlo, de invocar su mirada repitiéndome su eterna suplica por tocarme, guardo pedazos de su voz cuando me habla dulce para disimular ante el resto la confianza que ya habita y que nos ha llevado a hablarnos rudo.
Mi casa tiene espejos en todas partes, he visto fantasmas parados frente a ellos viéndose llorar y cuidando mis sueños con el mismo miedo que he tenido de quedarme en ellos. Mi cama solo la ha tocado un hombre, es nueva hace dos años, decidí comprarla el día que lo vi a usted por primera vez y empezar a convertir desde ahí mis días en un pretexto para entregarme a su bien malgastada seducción. Tengo la opción de soltar el tallo de otra rama, ya conozco la sensación que deja ese golpe y de nuevo ahí me tiene.
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By Apollonia Saint Clair |
Tengo las caderas de una niña, aún después de haber dado a luz, y así de escasa es mi palabra que no puede llegar a ser poema. Mis puertas cerradas y a veces abiertas esperan de vuelta sus manos que en inesperada costumbre se quedan para rasgar irrisorias mi alma que reposa en el útero. Su recuerdo en mi ser huele a galería, huele a mis 17 años, huele a flores violetas exploradas por aves azules y hiedras enredadas en muros y musgos en piedras.
Así como la sensación que deja la ciencia inocente del amor o mis ojos melancólicos que miran desde la colina las lagunas inexistentes del cielo, es el paisaje que le crea cabañas para que habite conmigo en ellas. En ese lugar vive usted junto a la mujer que jamás seré, también observo sus cabellos fríos por la brisa y la piel de hombre que a rodado por mis piernas en forma de agua, su voz danzando en mi espalda, su abrazo que me cuida y al vez me deja ir.
Y en las ventanas de ese lugar permanecen quietas las canciones del viento, las mismas que de mi se quejan y después combinadas con la maderas de los marcos imitan mi protesta a la vida, vida que me lo cruzó por en frente y me lo arrebató por tres veces. Y como charcos en la huerta que me someten a mirar hacia abajo, es el recuerdo de sus ojos y su cabello que siempre le sostengo con una mano, para que amparada bajo la excusa de darle ambas, tenga el privilegio de intentar repetirle una y otra vez.
Mis lágrimas insisten en su nombre, lo extrañan, lo aman y en seguida lo odian. Mis lágrimas lo invocan, le prefieren y lo ahogan. Déjeme comprarle sus besos, desperdiciarlos en mí como mi amor se fue entre sus básicos deseos, déjeme por esta vez despedirme sin verle y sin oírle, ahora sé de su vida tanto como de la mía, como mi nombre que no es un nombre y mi vocación para ser su amante y no preguntarle si quiera si viene o si va, si va a quedarse y si luego se irá.
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