Siento que el cuerpo me sigue narrando historias del pasado, todas las noches mi mente no hace más que pasearse por momentos que no han sido pero que siento míos. Todos los días te veo, me ahogo y hoy muere una gran parte de mi.
Me despido sin más que las perfectas palabras. Me deshago aquí, con la voz del dolor, la necesidad de ir a abrazarte y decirte que este último paso sigue siendo un grito eterno que me rompe los tímpanos. Te dejo ahí junto a las hojas del final, junto a la despedida de los puntos suspensivos que acaban en uno solo y sin continuación.
Fuiste la ira de esta lucha, siete horribles meses de horas inagotables, de angustias, de deseos frustrados, de intentos fallidos.
La promesa fue hasta la muerte, la promesa finalmente no fue entre los dos, resulto ser solo entre yo y mi terrible necesidad de darte cada día la inmensidad de mi lealtad. Te proclamé como mi fuerza y mi ilusión y eso serás por el resto de mis días, aquí, guardado en mi silencio, mi acallado dolor y mi tenacidad para derrotar la maldad entre los dos.
A diferencia tuya, siento que el adiós es la ruta que parte el destino en dos, el ayer que no puede ser contemplado más que con ojos de melancolía y el ahora que me pertenece por nacer de mi y que se queda solo conmigo y no se comparte con nadie más.
Alexander, adiós...
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