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Y Ambos Esperábamos

Ya había superado una parte del duelo, me vi ahí en medio del deseo y la presión por cobrar aquellos males que por la inseguridad y la desazón me había ganado. Sentí que la velocidad y los besos del engaño ya habían mermado, estaba tranquila. Suponía en ese momento que era tiempo de volver a las lágrimas de quien se siente sola por enviudar tan joven y de ese modo presentía que los abrazos fríos y los besos postizos, volverían.

Pero mi sexto sentido jugaba con mis pretensiones. Me había acostumbrado a los cambios en los que la temperatura variaba cada segundo y al extraño ritmo de mi corazón que le latía a un hombre diferente pero con la marcación de siempre. Sí, me lo había propuesto, quería descansar un poco, cerrar los ojos y habitar mi yo, mi completo yo.

En ese sueño tan mio y a tan profundo, estaba él, había aguardado por mi durante casi un lustro, la ingenuidad no se había borrado de su rostro, el del niño que yo había dejado frente a las fauces de la feroz vida sin amor. Creí que era posible eliminar los recuerdos de algo que costó tanto dolor y tanto llanto, todavía recuerdo esa pascua en la que inundé la casa con mi dolor. Era pequeña, pero eso que sentía por él era mucho más que yo y zafarme de ahí había sido un lío que con otros clavos me fui sacando.

¡Ay, tremenda situación! eso que jamás había sentido, ese llanto extraño de ansiedad y ternura y ese vicio que consumía mis entrañas, cuando era la mujer que siempre quise ser, estaba de vuelta. Su todo y su nada, su vida hecha un mar de experiencias crueles y exageradas, me tenían motivada, me vi habitando sus rincones y aliviando eso que una vez tuve que aliviar por mi misma; quería ser su ángel y llevarlo por el camino que lo trajera de vuelta a mi.

Había algo en su temible voz. Sí, se trataba de un asunto pendiente entre los dos, de mis ganas terribles de acabar con el mundo absurdo que me había consumido y de volver a nacer, me llevé en la supocición
a mis hijos y los puse junto a él, quise rehacer el sueño que me había enamorado de él y jugar al amor y a la dicha de estar con quien realmente se quiere estar.

Me hice su amiga, oí su voz como quien busca un consuelo y trate de darle la miel de mis palabras, era sin duda lo que mi alma extrañaba, hablamos las 5.000 horas del día y nunca me cansé de perpetuar el juego de la intermitencia, ese que me obligaba a darle parte de mis secretos. ¡Era mi sueño favorito!

Pero la mujer de la mente densa, le temía al amor, como siempre, me puse en el lugar en que los intereses del amor se reducen a los eufemismos de la carne y me hice la dueña de un lugar al que pasados cuatro días dejaría de existir.

"Fuiste la sonrisa de mis días más difíciles y el paisaje al que desde siempre quise acostumbrarme".

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