Estaba sentada en el rincón de un pasillo helado. Ya las cosas habían cambiado el sabor de la tinta y las ganas estaban inundadas en las lágrimas de un placer que parecía ceniza. Ya había reservado un espacio en sus besos y solo debía calmar el asunto en la fila del tiempo. Mi obligación para sobrellevar los desgastes del tiempo, era decirle a mi nuevo pasado el cómo y porqué el final se interpuso en un momento en el que aparentemente había oportunidad.
Me arrojé pues a la letra de una carta que empezaba así:
Me despedí así, llena de misterio y romance, trate de ser clara en que el asunto de la duda y la incertidumbre era mio, lo amé hasta cuando vi a lo lejos los hijos del sol sobrevolando la tierra y me guardé esa imagen para consentir las lágrimas.
Me arrojé pues a la letra de una carta que empezaba así:
Fuiste el sueño de aquella mujer inexistente y la base de ese soldado cansado del viento. Me diste tu mano en un sitio sagrado y me sujete al afán de darte todo, porque era obvio que un día común saldría por la trastienda de lo que construimos. Antes de marchar, ¿podrías acomodarte a mis favores, y ejercer sobre mi la fuerza de una nueva forma de sentir?
Y aunque todo el tiempo lo tuvimos para respirar, mi mayor orgullo fue, además de haber tenido todo el tiempo para amarte, que pude querer mi compromiso de ti y acomodarme a tu oxigenación y llevarme de ti el perfume de la herencia hecha carne y viento.
Antes de escaparme, yo intentaré buscarte en todas partes, apenas para sonreír por que fuiste el final del principio de los musgos que alimentan la humedad de este bosque. Ahí en el polvo de quien se pierde en la locura, antes de que despiertes, me habré marchado para siempre y me habré librado del engaño de creer en los dos como un todo.
Cariño, mi agradecimiento es tal que aun con mi torpeza y tontería, seré sutil para cruzarme medianamente en tu vida y verte ser lo que debes ser, sin mi. Esta noche mientras descansas, haré mi último esfuerzo y pueda que las fuerzas se escondan allí para premiar tu espíritu. Aunque nunca me di cuenta si en verdad estuviste allí.
Por lo pronto te dejaré una parte del vestido de mi alma, diré que la injusticia nunca vino y que tu huella es imborrable. Además me llevaré las sombras que ataron tus pies y dejaré en nuestro lecho las alas extendidas de un amor especial, digno de recordar y atestiguar, para aquellos amantes ciegos de poder y nutridos de dudas. De no ser por ti, nunca habría decidido arrojar el espíritu a la orfandad y crucificarme en la aventura, de no ser por ti, habría llorado más y mi viudez, habría sido oscura y piadosa. Gracias por tejer nuevamente mis alas...
Me despedí así, llena de misterio y romance, trate de ser clara en que el asunto de la duda y la incertidumbre era mio, lo amé hasta cuando vi a lo lejos los hijos del sol sobrevolando la tierra y me guardé esa imagen para consentir las lágrimas.
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