Salí del trabajo, lo llamé y le dije todo lo que mi monstruo interno me sugirió. Fue tan desgarrador el tema, que ni resolvimos las dudas, llegamos a odiarnos. Cuando entré a casa, el paisaje fue vergonzoso. Estaba su mejor amigo. Ese que da concejos de matrimonio desde su experiencia de soltero. Me miró con miedo y yo apenas lo salude con la voz llena de llanto y dolor, no dejé mi cartera en su lugar, me la lleve hasta el baño, iba a dejar la puerta abierta, pero recordé que no estaba sola. Apenas me lavé las manos, como acto simbólico, eclesiástico. Corrí por ese estrecho espacio entre ellos, sus secretos y mi desgracia, dejé la cartera por fin en el lugar donde debía estar y en esa oportunidad que me dio la puerta, huí. Salí asustada, con las manos heladas y un cólico en el alma. Llame a una de sus tías porque a mi alrededor no había nadie más. Me uní a ella en un abrazo y lloré de impotencia. Dije todo aquello que hasta ahora yo había hecho ver como un secreto marital y reci...