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Reinier Lensink |
Los demonios seguían dormidos y la gloria de los ángeles del cielo se oía a lo lejos, ningún teléfono era digno de comunicarse con Dios.
En el mundo no pasaba nada, las almas seguían sin comprender la soledad y las panzas llenas de los cerdos, acumulaban las palabras como chismes atrapados en un inquilinato.
Mientras yo esperaba dormida la oportunidad para despertar y empezar a mover las manos, él volaba sobre el techo como un búho silencioso, fingiendo no existir.
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