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Ph: Nuberrante |
Permítanme la
sombra de los árboles adolecerme como la raíz que se quiebra, que se esparce a
cada lado como calambre de la imaginación y me retuerce los recuerdos como imágenes
difusas, incomprendidas y alteradas por el aura de quién se crece entre el dolor.
Hoy el viento está
más ausente, ya no golpea en las ventanas como la palabra perdón que busca
siempre dónde reposar. El cielo se arropa de algodones para guardar la
intimidad de su alma como hace tiempos el hombre se guardó la prudencia en el
armario.
Ante el espejo se
aparece el olvido con cara de monstruo, me dice que a cada día mi mente va
borrando las figuras que forman su rostro y me boto a la cama, a esperar a que
el reloj me empuje al mundo en forma de amenaza para no llegar tarde a trabajar.
Ahora que los
minutos del día perdieron el impase de su respiración rodeando mi piel y que
ocupé la mente en todo y en nada, me detiene una ventana que brilla con luz
amarilla, que almacena cajas de cartón para darle un aire de nostalgia al
edificio acrisolado por los hombres que pierden el tiempo trabajando.
Y como un ángel
que grita mientras cae, vino de nuevo la epifanía de su voz, de su ser
derramado sobre la piel de mi alma y como cada viernes mientras todos corren
para llegar a la pista de baile, este cuerpo empieza a abandonarse en el
espacio encantador de las cosas que existen, pero no se dejan ver, que silban
al otro lado de la calle, pero que son solo un perro, un auto detenido o un
trozo de mierda.
Permítanme la
sombra de los árboles volverlo semilla para plantarlo en cada jardín que adorne
esta indolente ciudad que nos aguarda y no nos deja estar.
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