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La Muerte Informal

Foto Tomada Por Nuberrante

Ese jueves de un agosto de vientos no tan simples, Álvaro Cifuentes habría hecho volar su mente sobre terrenos plagados de injusticia. Como era habitual, después del almuerzo, él y su padre, el señor Víctor Julio Cifuentes, hacían su reposo estomacal, preparaban un tinto bien cargado, porque ese café de pepa que podían comprar era de una marca genérica de supermercado local y no sabía tan bueno como el café que se supone abunda en Colombia. 

Mientras Álvaro iba con los pocillos de tinto sobre una bandeja de petre, de la cocina hacia la mecedora donde pasaba la tarde don Víctor, se empezaban a estirar los hilos que sostienen las penas más absurdas de cualquier colombiano. 
  

Papacito, tome su tintico, cójalo de la oreja no vaya y sea que se me queme. Dijo Álvaro con una ternura ya mecánica, producto de la rutina. 
  



El silencio en ese instante se quebró con el golpe angustiante de la bandeja de tintos sobre una mesa, Álvaro acababa de notar que a su papá le faltaban colores, que la caja de dientes se le había salido y que su cuerpo no respondía a la labor biológica del tiempo. 
  
Foto Tomada Por Nuberrante
¿Qué puede hacer una persona en ese instante, más que chocar de frente con el miedo, la tristeza, la angustia y el vacío? Pues a Álvaro a penas le quedaron ganar de tomar el teléfono y empezar a llamar a sus hermanos. Mientras mecánicamente les daba la noticia, su mente se devolvió unas semanas en el tiempo. Perplejo, empezó a organizar los protocolos de la muerte y recordó en ese instante porqué el deceso de su padre representaría una cadena de sucesos de los que él cree no ser el culpable. 

Trece años atrás luego de la muerte de su esposa, a don Víctor, le diagnosticaron varias enfermedades, todas de carácter ya senil. El señor, sufría de artrosis, su sobrepeso lo perjudicó desde siempre, empezó a escuchar menos, a sentarle mal la leche, las grasas, el dulce y cualquier cosa que le representara una emoción, pues su corazón era mucho más propenso a un infarto que a latir de dicha.  

Con tantas visitas al médico y la poca plata que les quedaba de la sucesión de la esposa de don Víctor, Álvaro quien era un tipo dinámico y le gustaba trabajar en lo que fuera, supo que a su edad (49 años) ya nadie iba a requerir de sus servicios y que lo mejor era hacerse a un carrito de dulces y golosinas, surtirlo todos los días y llevarlo al parque metropolitano Simón Bolívar a ver si a alguien por allá se le antojaba un chocoramo, un cigarrillo, un paquete de lo que fuera o hasta la urgencia de una toalla higiénica‘rebusque’ que para julio de 2017 era una realidad en el espacio público y que cerró con un 48.5% de ocupados en la informalidad (según el DANE en los informes especiales de mercado laboral más recientes).  

Foto de El Foto Calendario (Diego Riaño)
Estando instalado allí, dio con doña Senaida, una señora de 65 años que tuvo que dedicarse también a vender dulces frente a la entrada del parque de atracciones mecánicas Salitre Mágico, ella a diferencia de Álvaro, estaba allí por la violencia en su pueblo, Quípama - Boyacá; lugar privilegiado por la antigua cultura Muzo, pues además de su clima ardiente, le favorecían la minería, la extracción de piedras de esmeralda y una tradición de leyendas improbables pero inmaterialmente atractivas. Senaida no disfrutó de aquel pueblo tanto como cualquiera pensaría, a ella le tocó desde muy pequeña echarse a la orilla del río para lavar piedras de colores sin recibir ni un buen pago y mucho menos un buen trato. 

Cuando en el 92 quiso dejar esa historia atrás y buscar una “vida mejor” en Bogotá, corrió con la mala suerte de accidentarse en el triciclo que manejaba para cargar los dulces de la venta, después ver a su hijo mayor olvidarse de ella y al menor, verlo tras los barrotes de una cárcel, sus heridas se sumaban a las escasas posibilidades de apelar por algo de justicia y reparación en el país, su única opción además de esperar los subsidios a los que tenía derecho y que nunca pudo acercarse a reclamar, era moverse con su carrito de dulces día y noche. 

Seneida realmente nació en Santander, ella desmitifica eso de que las santandereanas son “jodidas” y bravas, tal vez porque en Boyacá le tocó comer callada y con precaución, por eso ella ayudó en varias ocasiones a Álvaro a integrarse en el sector, pues este “muchacho” como ella lo llama, no representó nunca una competencia, al contrario, fue varias veces su amigo y su protector, pues en la sociedad patriarcal de Colombia, una mujer en condición de vulnerabilidad es el blanco perfecto para los aprovechados, los más avivatos. 

A medida que Álvaro iba instalándose con más tranquilidad en el sector de los parques del Salitre, localidad de Bogotá, Seneida le contaba sus historias, las veces que tuvo que correr a buscar una pieza para poder dormir, el día que la policía le botó su carrito de dulces por la carretera y perdió la mercancía, así como el día en el que se accidentó y donde tuvo que empezar trámites con la alcaldía para que se le reconociera ya no solo como desplazada sino como persona en condición de discapacidad y así lograr una ayuda económica para montarse una tiendita. 

Foto de El Foto Calendario (Diego Riaño)
Así los días de Álvaro fueron convirtiéndose en una rutina amable para sacar a su papá de apuros y de alguna forma garantizarle unos buenos años de vejez en la casa. Sin embargo, cuando las deudas golpeaban a la puerta, Álvaro no tenía más remedio que sentarse a llorar, echar cuentas, hacer llamadas para que le hicieran descuentos en la mercancía y lograr dejar sagradamente la mensualidad de la salud para que a don Víctor no le faltara nada.  

Pese a los esfuerzos de Álvaro, a don Víctor no le iba tan bien las pocas veces que tenía citas médicas, siempre le mandaban dietas especiales, medicamentos no POS (Plan obligatorio de salud que es el conjunto de servicios para atención en salud a los que el afiliado tiene derecho en el Régimen Contributivo del Sistema General de Seguridad Social en Salud en Colombia) y terapias que le asignaban lejos de casa y que por ende terminaba perdiendo, pues no había quien lo llevara y mucho menos cómo poder trasladarse 


La Mala Suerte Del Vendedor 

Foto de El Foto Calendario (Diego Riaño)
Un 20 de julio, frente al parque de los novios, sobre la calle 63 la policía empezaba a retener mercancía de los vendedores informales del sectorRecién estrenado el código de policía, los agentes aprovecharon que se incumplían allí todas las normas para la comercialización de alimentos y que se invadía buena parte de las ciclorutas que delimitan los parques de la zona

Desafortunadamente, en esa media hora de la tarde “festiva” Álvaro perdió su mercancía. No pudo recogerla a tiempo y los policías tenían afán de llevarse por delante los puestos de esos nobles gitanos que hacían ese día pinchos de carne, congelaban helados, tejían algodones de azúcar, asaban mazorca y "despinchaban" las bicicletas de los deportistas. Respaldados por la ley (Código de Policía, 2017) los aguacates, como los llamaba Álvaro, impartieron multas y decomisaron mercancías. 
  
Con la rabia a cuestas y la angustia entre sus bolsillos vacíos, Álvaro le dijo a su padre que debían empezar a costearse cosas menos onerosas, entre esas la mensualidad de la salud. Mientras Álvaro trataba de reponer lo de los dulces, averiguaba en el SISBEN (Sistema de Identificación de Potenciales Beneficiarios de Programas Sociales) alternativas para afiliarse con su padre, pero le fueron negadas, pues poco o mucho tenían una casita propia y vivían en un sector popular estrato tres. Así que a Álvaro se le ocurrió solicitar los papeles de afiliación en una entidad prestadora de servicios de salud, no muy conocida en ese momento, pero de buena cobertura: MEDIMAS - EPS. El trato médico de su padre se hizo aún más escaso, llamar a pedir una cita, programar exámenes y asistir por urgencias a cualquier hospital era peor que tener un mal a cuestas, pues aquella EPS empezaba justo para esa época a enfrentarse a los vejámenes de la corrupción y varias de sus sedes empezaban a ser cerradas porque ya no había con qué pagarle a los médicos. 
Foto de Nuberrante

Así que para la fecha en la que don Víctor falleció, Álvaro no dio con un solo médico que pudiera otorgarle el certificado de defunción de su padre para que una funeraria se hiciera cargo del levantamiento o al menos la secretaría de salud pudiera activar un servicio a su domicilio de alguien que levantara el cuerpo. Para ese mismo día justo la Fiscalía General de la Nación adelantaba investigaciones en contra de MEDIMÁS y otras EPS. 

Ese podría decirse que fue el peor día de su vida, sin su padre vivo, sin sus hermanos cerca y sin un peso en el bolsillo, el pobre Álvaro no dejaba el teléfono colgado, esperando que de algún lado le mandaran un médico, pues la tarde ya era más oscura y el cuerpo de su papá seguía meciéndose por impulso del viento en la sala de la casa. 

A este hombre de sonrisa elegante, de modales amables y adquisiciones escasas, le tocó castigarse con su propio látigo, y sí, puede que suene rudo, pero es una realidad; Álvaro todavía, viendo todo por lo que había luchado y padecido no le quedaba claro cómo era que en un país de riquezas se le negaba todo, a él, a su padre, a su familia, a Seneida, a cientos de niños, niñas y adolescentes. 

Ese ingenuo oficio de despertar cada día a las cuatro de la mañana, de correr en un triciclo para llegar a tiempo y poder pedir domicilio sin que otros vendedores se adelantaran a escoger lo mejor en mercancía, de atender siempre con una sonrisa a cualquiera que se acercara, así el día fuera una completa basura, de huir de la policía, de llevarle a su papá lo del diario para comprar más café de marca genérica y cositas de aseo personal, sin saberlo, tenía su lado oscuro. 

Foto de El Foto Calendario (Diego Riaño)
Álvaro desconocía que, en la informalidad, estaba quitándose y quitándole a muchos la posibilidad de acceder a un mejor servicio de salud, de paso estaba privando a unos de más opciones académicas, de aspirar a una profesión con la cual pudieran hacer a un lado la calle e incrementar sus posibilidades de expansión también urbana, adquiriendo lotes, viviendas y otras formas de subsidio que servirían para dormir todos los días con la barriga llena y el corazón contento. 

Al no aportar desde la compra misma de su mercancía, al no pagar por el espacio que ocupaba como vendedor, al no hacer sus debidos recaudos tributarios, propios de una persona independiente estaba causando la reducción de la productividad económica del país, según cifras de la Ocdela productividad de Colombia es hoy en día un 25% menor que hace medio siglo. es decir, el país tiene poco que ofrecer o aportar a su PIBEsto termina afectando además los aportes pensionales a los que muchos colombianos tendrían derecho. 

Foto de El Foto Calendario (Diego Riaño)
Es así que con nuestro sistema pensional y la informalidad no hay suficiente cobertura, representando un gran costo al estado y beneficiando a personas con mayores ingresos, uno de cada cuatro aportantes logra su pensión. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en Colombia solo 24 % de las personas en edad de pensión reciben una mesada de al menos un salario mínimo (y solo 5 % son mujeres), una proporción muy similar a la que tienen países como Perú y México, pero lejos de Argentina y Brasil donde ronda el 90%. 

Está claro que ni Álvaro, ni don Víctor, ni doña Seneida harían parte de tan selecto grupo, pues cifras del Ministerio de Trabajo dan cuenta de que en el país hay 22,7 millones de trabajadores (ocupados), pero solo un poco más de 21 millones están afiliados a algún fondo de pensión. Sin embargo, solo 2,3 millones reportó haber cotizado sin falta en los últimos nueve meses y se necesitan mínimo aportes por 1.150 semanas para pensionarse en uno de los regímenes actuales. 

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