Photo by Nona Limmen Se le salían de las manos, una a una las espinas de una flor que ni siquiera de su semilla escapó. La niña era entonces más niña que nunca; aguardaba miedos, llanto, la propia piel le ardía con la sal del remordimiento. Ya habitaba esa angustia desde hacía 26 días, había bebido cada noche, dejó de hacer sus epístolas al viento, se mintió, se llenó de razones, volvió a ignorarlas y cayó en una trampa para ratas, acorralada, con el corazón a mil sin temerle al riesgo por su enfermedad. No tenían entonces los otros la culpa de todo, ella se había inmolado porque era lógico que desprenderse con dulzura haría más intranquila su muerte y ella estaba acostumbrada a irse del amor por la puerta grande, dejando a sus presas inmóviles, en la red de sus sueños, con la saliva pesada en la garganta, con la agonía y los gritos retumbando en la cabeza, con las calles invadidas de su aroma y cada luna hablando en voz baja a los oídos de sus amantes: "llena de gracia...