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Mostrando entradas de 2018

Ofrendas Negras

Silencio, porque las olas rugen al cielo las aves vuelan abrazadas en su viaje y la voz de la diosa suena entre canciones. El hombre le responde a su encantadora magia derramando criaturas en su vientre. Él con su voz de trueno entre aquellas piernas Condena el eco de aquel templo a olvidar los otros apellidos. Porque habrá quien le habite a la dama Así ella sueñe con otra piel al viento. Cuando acabe el mundo hablará el fuego Recordará con lamento su legítimo lugar Que estuvo donde el viento amenazaba Su posibilidad de quemar.

Los Amantes

  by’  @ivanalifan Los amantes son cangrejos de río Son la selva que guarda humedad Son ramas que se enredan y suben hacia el sol Son pájaros de alas vibrantes, libres y eternos. Los amantes se pierden al viento Se dejan abandonados sobre el musgo Se sumergen al agua y en ella crecen Se visten de flor, de polen, de elixir. Los amantes bautizan sus formas Hablan sin hablarse Se tocan sin tocarse Existen, aunque se nieguen. Los amantes no se extrañan Se anhelan con fe Sin creencias Sin la tiranía de Dios.

El Último Poema

Foto de Nuberrante Este último poema no tiene palabras solo un cúmulo de letras disonantes, inconclusas malintencionadas. Este último poema no existe es ruido pleno para tus oídos se lamenta en la vida y hace todo por matarte. Este último poema es franco te anula en la promesa de la prosa te saca de su latido te dice adiós.

La Muerte Informal

Foto Tomada Por Nuberrante Ese jueves de un agosto de vientos no tan simples, Álvaro Cifuentes habría hecho volar su mente sobre terrenos plagados de injusticia. Como era habitual, después del almuerzo, él y su padre, el señor Víctor Julio Cifuentes, hacían su reposo estomacal, preparaban un tinto bien cargado, porque ese café de pepa que podían comprar era de una marca genérica de supermercado local y no sabía tan bueno como el café que se supone abunda en Colombia.   Mientras Álvaro iba con los pocillos de tinto sobre una bandeja de  petre , de la cocina hacia la mecedora donde pasaba la tarde don Víctor, se empezaban a estirar los hilos que sostienen las penas más absurdas de cualquier colombiano.       – Papacito , tome su tintico, cójalo de la oreja no vaya y sea que se me queme. Dijo Álvaro con una ternura ya mecánica, producto de l a  rutina.       El silencio en ese instante se quebró con el golpe ang...