Me
hierve la sangre, me robo las fortunas de los otros y todavía luego de nueve
días te anhelo, te respiro. ¿Sabes? hay algo de lo que me arrepiento, no
haberte amado desde el primer instante, haber pensado que todo era solo una
idea vaga de la carne conjugada y de los hilos que nos mecen. Tengo sobre las
dos de la mañana, un retrato tuyo en el vidrio. Un consuelo erróneo, estúpido
que me dice que a esta hora me esperas del otro lado.
Pero
estas ahí en tu silencio, en tu cuerpo desnutrido, en tu sonrisa falsa, en tus
ojos color bosque que me engañan, que han engañado a otros, que han viajado por
el mundo sin salir de este cuerpo. Soy una basura. Soy un vientre desganado que
ha dado a luz sin querer, al que le han arrebatado el goce de la exaltación. Al
que no le escriben una canción todavía, al que le toca fingir su dolor con una
sonrisa.
De
alguna manera, hay un puerto para los dos, uno en alguna absurda dimensión, uno
que ya nos ha hecho vivir y soñar juntos, uno en el que las aves se posan
frente a nosotros para ver de cerca nuestros besos. En ese puerto ya somos
padres, ya tenemos 7 años de madurez y todavía nos divierten nuestros cuerpos,
nuestro pelo enrojecido a la tarde, en ese mundo tu me abres la puerta, me
besas en la frente y me preguntas si todavía quiero seguir con mi vida.
Mi
constante e intermitente hombre, mi sentido aún cuando intentas despojarte de
mi deseo hacia ti, mi imposible, mi cotidiano, mi sábado cada mañana, mi adulto
y mi ingenuo, mi trampa, mi llanto, mi olvido y mi dolor. ¿Hay alguna manera de
quitarte el atributo por recordarme el amor de nuevo? y ahora me detengo en la
música, en sus silencios que son interrogantes hacia ti, en la mecánica de un
auto que no lleva chofer, en la fina fe de un caníbal al que se le acaban las fuerzas,
en tu ausente voz que late en mi memoria y tu piel ajada, destruida por las lágrimas, mis lágrimas.
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