Tengo una lección con tu nombre de mujer, el llanto, los juegos, las canciones desconocidas que aprendí de ti. Hoy te llevo conmigo, en mi aire, en mis pies, en la piel. Tus labios diminutos y tu piel me recuerdan nuestras traviesas hazañas en un salón tan grande que servía de hogar y de lecho para fantasear. Tus manos en mi pecho marchando al ritmo de los discursos de nuestra mujer amada, las letras, las cámaras, la voz y los supuestos escatológicos de alguien que quiere adelantarse a los axiomas del cuerpo que en su todo conserva unos ojos que cuando recuerdan o llaman la nostalgia giran a la derecha y que cuando mienten o inventan versiones de sus trivialidades ruedan a la izquierda y se posan en la risa, en la negativa de una vida que nos ha golpeado, amores embrujados y cadenas de mentiras y la voluntad, nuestra voluntad, nuestra puta voluntad. Las cartas, las cartas que nacían de un simple refrán, una básica rutina de decirnos todo el tiempo que tenemos la vida entera para a...