Ahora que soy como el verde prado de una tumba, ahora que la lluvia dejó su rastro en mi, su melodía de ecos sobre techos y su aroma a ciudad húmeda e inmóvil, siento el poder de sus palabras atravesando mi carne. Tengo a mi lado, retenida con mis piernas, su imaginación inagotable, su lengua que me sentencia al duelo de la muerte, la muerte que ahora me observa rodeada de lagunas y cantos palpitantes. Como esencia de miel, como la soledad en un cuarto amarillo, como el sabor de un día que aún no guarda sonidos, como un cuerpo desnudo atrapado entre giros y sensaciones de baile, como su mirada que me enfrenta y sus labios que parecen perros salvajes retenidos con cadenas de mordiscos, así es todo su discurso, su poder que desata mi magia, que corrompe al universo y lo hace naturalmente una melodía sin reglas, sin escalas. Aroma que me entrega, bosque de sábanas que me llevan a casa, hierbas para limpiarse y credos para juzgarme, maldiciones en el cuerpo, útero impaciente, piel...