Apenas el sol acariciaba las constantes de la ciudad, todo
como siempre tan manual, su rostro estaba pleno de sudor, ese que no puede
percibir cualquiera. Era una hada, de esas que rondan envueltas en alguna tela
ligera, arrugada. Ella era otra vez esa dama hecha de gracia y primavera. Iba
por las calles bailando, su mente era un lugar, ese lugar era él y el extraño
color de su mirada.
Se tomó el tiempo para acariciar un mantel cualquiera en la
avenida, pidió un café, aunque sabía que su cuerpo quería otra cosa, entonces
detuvo cada sorbo para dar lugar a la terrible verdad que la extrañaba.
Adornada con aros y pulseras, su corazón de flor escarlata y su pelo se
hicieron uno con el otoño. El rugir de las hojas maltratadas por algunas
huellas le hacían descubrir el olor de la fragilidad.
Se alejó de ese lugar donde cualquiera supone una verdad,
donde los credos son mitos y las razones se las beben como cerveza. Ella llevaba
una fiesta en el alma para mantener la risa con la que se aparece para más tarde
perderse. Hoy no sabe obligar a nadie, no se obliga a soportar, ronda con su
mirada entre paredes arruinadas por la humedad, le da su aroma a los frutos que
caen a la tierra, pelea con el hombre y se amista con insectos, aniquila
cualquier forma de amar y le da vida a canciones, ella nunca quiso ser un
poema, pero le tocó.
Cuando el día se abrigó para perderse en la noche, nació de
aquella niña un motivo, su voz se hizo adulta, su ilusión se fue a dormir y en aquella sala, con apenas un vaso de nada
y los pies fríos se recitó un cuento como la plegaría que jamás le regala al
cielo. Asumió cualquier 'hasta luego' como un jamás, dejó de decir ojalá porque
su Dios había muerto, se dio cuenta que a esas cenizas podía ahogarlas en agua
para que el fuego perdiera la voluntad ante cualquier intento, hizo esculturas
con los errores que la hicieron mirar atrás, volvió a quitarle las leyes a los
abogados, le ahorró las excusas al
culpable, abandonó ese ruido que intentó taladrar su corazón tan viejo como
para latir, prefirió ahogar a ese hombre con aquello que salió de su boca, se alejó con un loco para por fin parecer una
loca, secó sus ojos porque no valía la pena llorar así.
Ahora cualquiera inventa historias sobre ella, tenía que
escribirle un ultimo verso a su encuentro cotidiano, para que alguno se
esforzara en leerle. Esta exagerada mujer de sonidos y calvarios, de humildes
caderas y huracanes en su vientre que la gobiernan, dejó a merced un corazón
acusado y maltratado por los versos que a él le hizo. Entre su cinismo y dolor,
dejó para aquellos labios el sabor de la despedida, se fue y no quiso ser
recordada.
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