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Una Última Carta

Piccirilli
He detenido las lágrimas, necesito esa fuerza para empuñar el lápiz, dibujarte, dibujarme tejedora... Es la última carta sobre la mesa, quebrada como mi voz cantando bajo, susurraré el 'nunca más', no podré vestirme jamás, después de haberme hallado sin nada sobre ti ¿porqué no me dejas morir? ¿acaso es mi obligación ir detrás?

Los diarios son el peor de mis recursos, no sé hacer más, nada mejor a esta forma de matarme y fingir una eterna sonrisa. El 'aún' en ti es el jamás para los dos, tal vez no me equivoque al llevarme tu desazón, son los temporales los que nos reúnen y nos han vuelto a separar. Guárdame junto a la señorita que te ronda y que nadie me sorprenda, soy el secreto de quien intenta huir...

Este papel soporta lo que mi abrigo absorbe, todo lo aprendido ya lo he olvidado y vuelvo a caer en tu mirada favorita, quieta en lo natural de los dos, el único lugar que puede mantenernos. El vientre me ruge, está muriendo, aniquilado por las ausencias del placer, los imaginarios de la gente lo alimentan pero en cada frase hay gotas de veneno.

Sin llorar entonces, me quedo con el blanco imposible de las nubes, con las hojas del otoño, regadas por el suelo, los perros que a esta hora andan por la calle sin que nadie sepa lo que sienten o lo que sufren, sí, soy minúscula. Vuelvo a buscarte, date prisa y no dejes de mirar con malos ojos mi único rastro.

De las peores enfermedades nace mi juventud sin cura, yendo hacia el sur, siguiendo estrellas que no me dejan soñar. Salones llenos de aplausos y bengalas, el trofeo que ahora enaltece tu vanidad, tu y yo nos entendemos y siempre será así, el mismo código, en él que no cabe nadie más. En casa me espera un gato, con sus manos indolentes, su mirada de un verde transparente, me extraña, me vigila, se lamenta, sigue sin comprender mi función.

Llevo horas haciendo esta última carta, me visto de fatalidad mientras te veo pasar con tu amor intermitente, todo se esfuerza en desaparecer y la memoria se va en esas cosas. Soy feliz planchando costuras, pierdo horas luchando con la aguja, sé bailar y enfrentarme a las horas, leerte a ti también. Tus bonitos pies, hechos para ser puntuales, remediados por el arte y la repetición. Hablo además con la mirada, te recito eso malo que hay en mi, pero trato de ser buena, de prohibirme estar, juro que no volveré.

Tengo las manos dolidas, la tinta me falla, el corazón ha dejado de latir, afuera todo es feria, aquí sigo desnuda sin ti. Para la última línea de esta carta he preparado un discurso eterno: 

Albahaca que florece de tus ojos,
déjame perderme para que jamás me vuelvas a encontrar,
muda empiezo a repetir sílabas de tus manos,
tomas mi boca frente a las velas.
Cada palabra se suma, para morir antes de darte un beso,
lo abandonas solitario en un río.
No pensarás que te quiero, pero te quiero.

Tu castigo por ser tan cruel,
es ver el agua más clara,
saciar tu sed, sentir tu reflejo y descubrir el amor,
ahogarte en ti para hacerte hierba,
encontrarte con una niña loca y olvidarla los fines de semana.

Sólo puedo soñar con desaparecer, pero en cada milagroso lugar empiezas a crecer...

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