Foto by Guajira Psicodélica (si lees esto debes entender que te extraño) |
Escribo en tardes como esta, se me parecen a los domingos donde la urgencia pierde la batalla y me obliga a dejar a un lado todo aquello por lo que debería hacerte una nueva carta o dedicarte mis ojos recién maquillados frente al espejo. No termino de deshacer maletas, me escondo en esas violetas que dejan los sepelios. Me permito ser atacada por el gato, le desafío las garras y me dejo lamer lo dedos.
Regresan los boleros. Traigo el impulso de pasar la noche entre lágrimas, sin embargo hace días perdí la cultura de matarme con tu recuerdo. Me dejé inundar más bien por el ánimo de la angustia de sentirme muerta. Juego con los hombres, tengo a varios llamando a la puerta, me he tratado de confesar y mis impulsos no me dejan más que sobrevivir a los cólicos. El aceite de onagra volvió, soy adicta a suponerme sana. No hay nada por leer, reviso las librerías y eso que quiero no está, no existe, no me lo han hecho.
Suena Daniela, me enamoro de ese nombre aunque sé que no dice mucho, me atrapan sus malditas puertas. Ella es como yo, tan insignificante en la creación pero con ese desgraciado presentimiento de tener una misión en la vida, al menos la de sufrir, al menos la más torpe. He cambiado, me cambié más que el pelo y la piel, tengo tatuajes de mis días frente al mar, se van borrando como las cosas que no merecemos más de un mes, dos meses, dos perfectos años.
Me integran los vacíos de un hombre que no siente pasión, me obligo a socorrerle y luego huyo, su nombre insiste, y los ángeles me odian. Tengo la piel adolecente, me miro así sin nada y descubro que no he crecido, que el miedo de la cueva todavía me invade, que sólo quiero crecer para salir de allí, para rescatarme. Ojos verdes, diría Pedro. Y allí estuve frente a ese patrimonio que se me arrebató. Su cuerpecito me inundó, sus besos los recuerdo en cada taxi, era como entrar al ritual diabólico de su sexo, me expuso a su ternura escondida y así lo perdí, como cuando a la pequeña asustada por la cueva se le empuja al claro en medio de la noche.
¿Cuántos minutos han pasado mientras escucho el tiempo? Con las luces del teatro la vida vuelve a fluir. Comparaste el amor con la sombra que da el reflejo y el dolor. Eso, en conclusión era el asesinato mejor planeado. Traigo el satín blanco que compré para ti, para nuestras noches ¿dónde estás? (Peleo con tu conciencia que decidió quedarse aquí, no creo que algo soporte estar en ti).
Me crepita una perla, una perla por la que nadie quiso hacer lo imposible para comprarle la alegría. No la llevaron en el cuello, ni la dejaron abandonada en el mar, sólo la negaron los mismos ojos que pudieron verla. Ha muerto la tarde y nadie sintió a la perla. La perla se viste de blanco en las noches, duerme en blancos hilos y se aferra a los lunares que le poseen y se reparte en sus sueños como una oración y un canto de vida para los que no viven. La perla es una isla y nadie puede vivir en ella.
De las cloacas le llega a la perla un sueño, es una fotografía que recrea a La Guajira, como una cortina imposible de remover y como una cama con huecos que se llenan de sal, de mar. El triste reflejo del cielo la acaba, la perla es tan desnuda como los libros que esta mujer escribe para ella. A la perla sobre las olas le restan dos acordes y empieza a encender la piel con un poema sin frutos:
Deja que el mar se seque,
deja que al olvidarte
la luna deje de mecerse.
Y el sol pueda marcharse.
Nada va a dejarte ser si pretendes matarme,
los cielos son caprichos divinos
y tu eres muerte cuando te haces vicio.
No me importa el renglón torcido
el árbol se hace a su vida
y tu locura y la mía
se vuelven un beso de hojas secas y quebrantadas.
¿Porqué creerte raíz cuando abandonas la semilla?
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