Mientras hablaba de él, de sus cosas, su vida al lado de otra vida y de uno que otro ideal complejo y pesado, yo no dejaba de sentir como la imaginación arrebatada de mis días de soledad me llevaba hasta su sexo. Recordé su forma de besar que nunca fue mia. Soporté el peso de su cuerpo que todavía no empezaba a temblar y me sujete la falda como una damita que se acomoda a su placer. El sexo me palpitaba, me latía como si entrara y saliera de mi cada segundo. Sentí el orgasmo más prematuro y es que no había empezado la noche y ya había vivido todo un destino con él. En verdad no lo conocía, pero su aroma me daba la pauta de, qué tan profunda debía hacerme. Yo habitaba en él y sus hijos eran mios, su mujer era mía. Cada célula me pertenecía y con cada baño de mi, la champagna que bebía le endulzaba el gusto y la saliva con la que en un instante me revestiría. Él me hablaba de todo, pero yo apenas quería su lengua en la mía y su lenguaje en mi único axioma. Era especial su sabor y era seductor su volumen...
Ilustración de Raffaele Marinetti El espacio entre los dos puede llamarse distancia, pueden denominarlo lugar, tú tal vez le dirás no lugar, yo le digo tiempo. Tiempo que atraviesa atmosferas, que se carga de energía, que también es compás y pista de baile. Ese espacio que ahora es tiempo también es dueño de la piel, le plancha sus pliegues de extremo a extremo, se hunde en ella, la moja y la bautiza con los linajes infinitos de la humanidad. Ese espacio invisible como pisadas de reloj, susurra el monólogo del sexo, te llama por tu nombre, te pide que no le sueltes, que le muerdas y que le beses, que le reclames con la mirada los papeles indivisibles de una magistral actuación. Ese espacio que es tiempo viene por ti y por mí, nos captura en el imposible descanso del placer y en el exceso llama al sudor, se prende del pecho agitado que busca el cielo, intentando encontrar en él los picos más altos de una paz de nieve, de blanco orgasmo, de líquido y tórrido orgasmo. ...
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