Acabo de darme cuenta en lo que se ha convertido mi cuerpo, es una jaula de recuerdos raros, de pasados paralelos y de humanos hechos de gas. Tengo aquí adentro la nausea de la confusión, ese mareo infinito que dejan las cosas y las personas cuando no están y en definitiva nunca volverán. Mi espíritu es un caja vacía, frágil como una hoja de papel tocada por las lágrimas.
Estuve de nuevo es esa torre y esta vez fui capaz de mirar hacia el abismo, luego él era un monstruo encima mio, me tomaba por las caderas, me dejaba ir y venir en un trance húmedo y aunque aguardaba calor en su lengua yo sentía un frío sepulcral en su oscura mirada. Me aterraba no que estuviera ahí conmigo, sino que al irse me iba a dejar nuevamente ciega, ahogada, abandonada.
Su piel era como el pecado, se me quemaban las piernas en cada rose y su voz jadeante ahogaba mis silencios y me obligaba a gritar. Me agarre fuerte de su cabello mientras me arqueaba sobre su venenosa flecha. Me hundió las entrañas, mi muerte fue pequeña, agotadora. Pero mi resurrección se hizo insoportable en la fría quietud de su mirada mientras huía como un ladrón, como un criminal, como mi fantasma.
Me arroje al pasto, grite al ver la sangre brotar de mi corazón, fui perdiendo la voz, ya no había aire, ni piel.
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