De nuevo estoy aquí, me tocó. Tuve que volver a la rutina absurda,
en la que lo único que se escucha en medio de tan insolente soledad, es la voz
de la muerte taladrando cada recoveco que busca escapar del dolor y la angustia
que deja la incertidumbre de estar o no aquí.
Ahora debo pronunciar algo, debo comunicar
algo diferente a lo que ya he dicho. Quedarme o irme no es la solución, se
trata de estar donde sea pero con la valentía que me permite estallar segundo a
segundo mientras la voz, que no es tuya, me dice que no valgo nada y que quizás
ya no existo tan cercana a tu corazón, pero cómo, si suena más el palpitar
irrisorio, estridente y angustiante de tus sentimientos, que la negativa de mi
distancia.
En efecto, ya no estoy ahí, estoy a un
lado pero no ahí donde se supone que debería estar. Mi voz es nada y suena más
el viento cuando está quieto, que mi voz hecha movimiento. Ahora sólo pienso en
una cosa y es algo que sin duda me arrastra a otro panorama, me contrapone a
todo lo dicho y me liga a una última solución, ¿El viudo será otro?
Y es que como negarme a esa posibilidad, cuando no paro de
esperar algo de ti. Tu expresión respecto a mí no va más allá de un grito
desesperado por huir. Y la nostalgia, esa insoportable pero necesaria manera de
pensar en lo que ya pasó y lo que jamás pudo ser ¿quién puede impedirme resucitar,
más que esa negligente nostalgia? Desgraciada filosofía que no me saca del
pasado, me acuna ahí en el sepia de unos besos y su terrible sensación de
querer ser.
De nuevo como un cadáver, fría, solitaria, pero rodeada de
lamentos inicuos. ¿Qué sigue esperar a que sientas nostalgia por mí?
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