Aquella noche tan silenciosa como las otras que habían transcurrido de la cuarentena, el cielo estaba lleno de nubes pesadas, lentas y tormentosas. Parecía que allá arriba todo lo que sentía mi corazón se estaba replicando gota a gota. Tenía el cuerpo aburrido, tan cansado como las muchachas a las que la resaca les dura tres días. Acababa de discutir con la tierra, con Dios, llevaba días confinada en una cárcel con el verdugo adentro y para colmo de males la noticia de la trombosis de mi vecina , la embarazada , me aniquilaba la feminidad ¿Para qué traer la vida si por ser mujer iremos muriendo lentamente? ¿Cuál es el placer en sentir la carga y fingir que todo está bien y parir sin desearlo? Mientras los niños lloraban yo sentía que dentro no quedaba rastro de lo que había construido, mis letras estaban mudas, mi música era un quejido empantanado y desdeñado, mi corazón latía por mera simpatía con los hospitales que no esperaban otro pacien...