La muerte es esa estría del viento que baila entre el velo de la cortina. Y ahí en medio de aquel vaivén estoy yo de pie, con el pecho frío y erguido, con la corona del miedo encrustada en mi carne, como si se tratara de un órgano más, de un pelo que crece y crece. A la muerte, aún de frente, le he podido decir que no, que no quiero, que tengo planes, que esta tarde voy a hacer el amor o que quedé con mi madre para un café. A la muerte le he cantado con el coro de mis instintos, la he olido a distancia y cuando está sobre mí he podido saborearla y aún así ambas acordamos que no, que después o que se llevará a otro por ahora. A Enrique, a Julio y a Eduardo, a Marcela y esta vez a Luis. A Luis porque era muy solitario, porque su madre ya había partido, su padre se quiso ir y su hermano nadie nunca lo había extrañado. A Luis porque ya no comía, tampoco dormía, solo andaba por el barrio con la cara llena de mugre, con la presencia que imprime el visaje cuando se hacen las cosas mal ...