A mi memoria agonizante, con su candil de deseos hechos idea y fantasía, le ruego me deje cerrar los ojos con plena libertad de hacerlo lenta y sutilmente; yo ya no conservo un cuerpo independiente, no tengo el peso perfecto para soltarme y abrazarme a la gravedad, tengo unas manos que se dedican a sobar mi cráneo duro y gris, estas manos ni siquiera logran sentir el recuerdo de la harina abatida por la lucha entre el agua y el azúcar intentando si fuera posible conservar algo de sí. Manos flacas y rotas, con algunos cortes de los que todavía brotan pequeños hilos de humanidad color rojo. Manos que se disponen al reposo de mis palabras, provocadas e invocadas a existir, así, a la fuerza, a las malas porque alguien las extraña. Si el eco me abrazara haría inmortales estos gritos escondidos en cada letra, si el eco fuera un artista cantaría una canción al amor y este vendría por mí, me quitaría el peso de la feminidad y me subiría en sus hombros para lazarnos desde arriba a l...