Apenas el sol acariciaba las constantes de la ciudad, todo como siempre tan manual, su rostro estaba pleno de sudor, ese que no puede percibir cualquiera. Era una hada, de esas que rondan envueltas en alguna tela ligera, arrugada. Ella era otra vez esa dama hecha de gracia y primavera. Iba por las calles bailando, su mente era un lugar, ese lugar era él y el extraño color de su mirada. Se tomó el tiempo para acariciar un mantel cualquiera en la avenida, pidió un café, aunque sabía que su cuerpo quería otra cosa, entonces detuvo cada sorbo para dar lugar a la terrible verdad que la extrañaba. Adornada con aros y pulseras, su corazón de flor escarlata y su pelo se hicieron uno con el otoño. El rugir de las hojas maltratadas por algunas huellas le hacían descubrir el olor de la fragilidad. Se alejó de ese lugar donde cualquiera supone una verdad, donde los credos son mitos y las razones se las beben como cerveza. Ella llevaba una fiesta en el alma para mantener la risa con la que...